Quizás el momento de mayor reflexión es aquel en nuestra vida cuando se llega al final. He hablado con varias personas que después de que sus hijos crecen, se dicen así mismos: debí de haber hecho esto o debí de haber hecho aquello. Otros cuando ya no tienen más a su esposo o su esposa, lamentan lo que no fue. Y así es al final de una jornada de trabajo, al final de algún proyecto, o al regreso de
un largo viaje. Lo común es que al terminar el día, cuando baja el sol y el cansancio nos da testimonio de lo trabajado, reflexionamos en como lo pudimos haber hecho mejor, en otras palabras, siempre hubo espacio para hacerlo mejor.
Quizás se debió de haber dicho así mismo, como les puedo explicar, como les puedo insistir en que la grandeza no se encuentra en ser el mayor. Muchas veces lo había enseñado, lo había explicado con palabras llenas de sabiduría. Pero al llegar la tarde todavía seguían sin entender. Ya se acaba el tiempo, llegaba la hora del sacrificio, pero su amor todavía seguía fluyendo, se desbordaba. Comenzó a lavarles sus pies, te imaginas, sus manos cuidando de ellos con la intensidad de un amor que lo daba todo. Faltaban pocos minutos para que sus pies, los de Jesús, fueran atravesados por clavos de acero, pero él ahora se ocupaba de lavar con la ternura de un padre los pies de aquellos que le habían seguido. Y aun así, aun cuando no era el agua la que fluía, sino una enseñanza tan grande, ellos seguían sin entender. No entendían que era el final de una tarde. Que ya no habría otra cena con Jesús, que eran minutos de sentimientos únicos.
Juan 13:13-15 (Nueva Versión Internacional)
13 Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy.14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros.15 Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes.
