A M A R

El único gozo que poseemos en la tierra es amar a Dios y saber que El nos ama. (Ars, 1785-1859)
Amor es la palabra más bienaventurada; porque Dios es amor. De El sale amor. Y el amor es la bendición del cielo. Amor, sí; amor es la palabra que resuena por todos los cielos como un repique de campanas de gozo. Y todos los santos que están arriba no hacen nada más que amarse uno al otro porque aman a Jesús, el Esposo y Rey, que es uno con Dios el Padre y con el Espíritu Santo.
Así le podemos amar. Tomamos parte de la misma naturaleza del Dios trino, que es amor. Por amor creó la tierra. A través de sufrimientos de amor fue redimida. Por amor se transformará en un nuevo cielo y una nueva tierra. El amor brilla en cada flor y cada fruto; el amor ha hecho la naturaleza maravillosa a fin de hacernos felices. El amor llena el corazón del Padre y le lleva a repartir todos los dones que necesitan sus hijos en la tierra. Es el amor que hizo el cielo como lugar de felicidad y gozo infinitos: las moradas del Señor de los señores son para aquellos que le han amado.
Es el amor lo que hizo andar a Jesús por el camino de la muerte para abrirnos las puertas del cielo Al amor le llevó a prepararnos un lugar para que estemos siempre con El, Su amor eterno. El amor quiere traernos a la felicidad eterna para la cual somos creados. Nos quiere dar la unión con el amor de Dios porque sólo esta unión puede hacernos realmente felices.
Amor, ¡amor nupcial! ¿Quién puede entender su secreto? Su profundidad y altura, su anchura y longitud ¡son incomprensibles! Porque el amor nupcial revela el corazón de Jesús mismo, el corazón del novio que late para los hombres pecadores como su mística esposa. La abraza en amor íntimo. Se preocupa por ella en sus más pequeños detalles y los comparte con ella. Siempre está a su lado como protector y ayudador. El la adorna y ennoblece como un novio que se interesa por su novia para que sea igualada a él.
Podemos bien amar al más hermoso de los hijos de los hombres que lleva aún las cicatrices de su amor perfecto; al hombre de dolores cuyo amor se expresó en indecibles sufrimientos por nuestra redención. No contó el costo de ese sufrimiento. En Getsemaní casi murió su alma de torturas infernales; sudaba sangre y su cara se desfiguró de agonía y de terror. Todo su cuerpo estaba cubierto de heridas cuando le pegaron. Sufrió indeciblemente, despreciado y blasfemado –era el mismo Hijo de Dios, a quien servían todos los ángeles y mediante el cual fuimos creados. Sin embargo, fue pisoteado como un gusano por el odio, el oprobio y la calumnia de los hombres. Fue como traspasado de dardos de ira por aquellos que sólo habían recibido amor, ayuda y sanidad de El, y a quienes había traído el mensaje del reino de los cielos. Y todo eso lo soportó por amor. ¿Quién podría, pues, medir tal amor?
¿A quién mejor podemos amar? En El radica todo el amor, y es el más digno de ser amado en el cielo y en la tierra. Somos creados y redimidos para su amor. Bendito y feliz es aquel que le oye preguntar: “¿Me amas?” Y le responde: “Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo.”  Y tu amigo que estás leyendo, ¿le amas? ¿Qué te impide que este amor precioso se realice en tu vida? Entrégale todo tu ser en este día y comenzarás a sentir como su amor invade toda tu vida. Bendiciones.

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