Comenzando un nuevo día

Tengo una pequeña cafetería en el bello barrio de Aranjuez, San José.  Llego cada día tempranito y voy a buscar los periódicos del día. Con paso firme, rápido pero no tanto porque disfruto ese pequeño mandadito, siento el sol en mi cuerpo, tibio, agradable.
Cada uno de mis vecinos, pequeños lugares de comida tienen su propio aroma, algunos huelen a café fuerte, otros a desayunos apetitosos, voy saludando a cada uno de aquellos que salen a mi paso y les deseo un buen día. Me acerco al puesto de lotería, donde una señora rubia, ojos chispeantes me saluda con una gran sonrisa y no más cerquita está mi amiga, Verita, la señora de los periódicos, allí sentada en un banco rústico, con su suéter rojo, su cara que refleja una vida 

dura, con surcos profundos en su frente su cabello entre un tinte medio rubio y sus canas, levanta su mirada y pone su mejilla y nos saludamos con un cariñoso beso. Por algunos minutos escucho su queja o su conformismo por la vida, le doy unas palmaditas en su espalda y le recuerdo que Dios está con ella y que nunca la dejará, la conforto, tomo los periódicos y de vuelta a iniciar un día de trabajo.

Este pequeño y quizás insignificante recorrido por aquella calle, me hace llenar mis pulmones de aire, mirar el cielo y sentirme viva y feliz de un día más de trabajo, de un día más que estreno las misericordias de nuestro Señor Jesucristo.

Hoy quiero motivarte para que cada una de las pequeñas cosas que hagas durante el día estén llenas del amor de Dios. El caminar por la calle para hacer alguna diligencia, el lavar los trastes en tú cocina, el recibir a un cliente en tú oficina, el entrar a comprar a una tienda…que la gente a tú lado pueda ver en tú rostro a Cristo. Una simple sonrisa, un toque en el hombro da confort y transmite paz. Seamos portadores de esa paz que Dios te la obsequia cada día. Bendiciones.  Maritza Cartín

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