
diciembre 23
¡YO SOY REY DE REYES y Señor de señores que habito en luz tan deslumbrante! También soy tu pastor, tu compañero y tu amigo, que nunca dejará que te sueltes de mi mano. Adórame en mi santa majestad; acércate y descansa en mi Presencia. Me necesitas como Dios tanto como hombre. Solo mi encarnación en aquella primera y lejana Navidad podría satisfacer tu necesidad. Ya que llegué a esa medida tan extrema para salvarte de tus pecados debes estar seguro que te daré, también, junto conmigo, todas las cosas.
Alimenta bien tu confianza en mí como Salvador, Señor y Amigo. No me he guardado nada de lo que tenía para ti. ¡Más bien, me he dignado vivir dentro de ti! Regocíjate en todo esto y mi luz brillará a través de ti en el mundo.
La cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén.
—1 Timoteo 6.15–16
Vengan, postrémonos reverentes, doblemos la rodilla ante el SEÑOR nuestro Hacedor. Porque él es nuestro Dios y nosotros somos el pueblo de su prado; ¡somos un rebaño bajo su cuidado! Si ustedes oyen hoy su voz.
—Salmo 95.6–7 (NVI)
Si Dios no se guardó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos dará también todo lo demás?
—Romanos 8.32 (NTV)
Así comprobamos el cumplimiento de las profecías, y ustedes hacen bien en examinarlas cuidadosamente. Ellas son como antorchas que disipan la oscuridad, hasta que el día esclarezca y la estrella de la mañana brille en sus corazones.
—2 Pedro 1.19 (NBD)